El debut del Tricolor en la Copa del Mundo de Qatar terminó en igualdad sin goles en el Stadium 974. Ochoa atajó un penalti de Lewandowski. México dominó, pero volvió a perder la mira.
Si el primer tiempo apenas tuvo notas, el segundo empezó como un doble bombo de death metal. Pasó que una desafortunada carambola terminó con un desesperado forcejeo de Moreno con Lewandowski, un desbarajuste furtivo. Ganó el mexicano, in-extremis, jadeando, con los vellos del pecho del polaco arrancados en la mano, pero sin el beneplácito del reglamento. Beath sentenció dos minutos después de la acción. Ochoa, que no ataja penaltis, suele rezar el lugar común, adivinó con esa impasible templaza que solo brinda la veteranía las intenciones de Lewandowski, incapaz de romper su particular e inexplicable embrujo mundialista.
El ‘Cinco Copas’ ya no es solo Carbajal. El Stadium 974 se estremeció. Doha se estremeció. Doha se movió. El cabezazo estilo Borgetti de Henry Martin, previo disparo de Edson, puso a trabajar a Szczesny una vez más.
En realidad, el penalti de Lewandowksi fue una excepción, una extrañeza. Un parlamento que no correspondía a la lógica del partido. Porque Polonia no volvió a acercarse y México perdió la supremacía en los flancos. Alexis probó con ahínco, sin rendición, mientras Martino insertaba a Jiménez para extender la novela y encontrar asociaciones por delante de Glik y Kiwior, otra llave. Ocurrió que ‘El Lobo de Tepeji’ tropezó como un antílope en la arena cuando se vio custodiado por una guardia de tres polacos. ¡Chícharo!, reclamó la afición en las tribunas, sin dejar atrás el escándalo que marcó el cuatrienio. ‘Las Águilas Blancas’ tuvieron la última palabra. Krychowiak y Kaminski asustaron al Stadium 974. Martino terminó pidiendo el desfibrilador. Y Ochoa extendió su leyenda. El problema es quizá ni con eso alcance.